Preliminar
Obra de radio-teatro en cinco capítulos
Por: Isaac Nahón Serfaty
Créditos:
Libreto, dirección, edición y coro: Isaac Nahón Serfaty
Música y diseño de sonido: Ernesto Schmied
Narrador: Alexander Barrios
Péleg: José Baig
Jam: Roberto Madrigal
Voz femenina: Paulina (Capítulo 5)
Los seres humanos asentados en el Valle de Shinar miraban al cielo con una mezcla de curiosidad y aprehensión. Había algo en esa inmensidad gris que fascinaba y aterraba al mismo tiempo; una fuerza descomunal, que según les habían contado, podía arrasarlo todo y ante la cual no cabía ningún ruego. Fuerza implacable como el cazador más despiadado. Fuerza más brutal que multitudes de fieras. Trueno, rayo, luz, fuego. Mares sobre mares y después desolación.
¿Por qué? La memoria no tenía una explicación precisa. Había especulaciones, cuentos sobre el Gran Relato, pero no una explicación. Oyeron hablar de un justo, de un tal Noé, siervo, pastor y navegante. ¿Noé no era uno más ? Noé supo escuchar y obedecer.
En el Valle de Shinar se gestaría un proyecto que, desde la profundidad del temor y la osadía humanas, iniciaba la aventura de la civilización, apoyada en la técnica y en el lenguaje, combinación que nos resulta familiar a quienes vivimos en la llamada “sociedad de la comunicación”. Atravesados como estamos por los flujos de información y la “lengua única” de la globalidad, los seres urbanos de hoy no somos tan distintos de los retadores habitantes del Valle de la Unificación, quienes comprendieron que la civilización sería posible en la medida en que los humanos tuvieran la capacidad de compartir un proyecto común, un proyecto de dominación para vencer el temor hacia el inmenso cielo que amenazaba con desbordarse. Claro que ellos habían descifrado el relato desde la perspectiva de los sobrevivientes, no desde el punto de vista del siervo Noé, ingenioso en su solución técnica (el arca), y solidario en su opción tribal; salvar a los suyos y a su sustento, coleccionando animales que le aseguraran lo necesario mientras escampaba.
Pero los sobrevivientes no lo entendieron de la misma manera. Ellos eran los descendientes de las víctimas, de aquellos que no tuvieron la oportunidad de reaccionar, de refugiarse en la nave; eran los descendientes de los rebeldes de la generación del Diluvio. La furia de la naturaleza se desató sin reparar en el llanto de los niños y de las madres suplicantes; el agua venía a imponer supuestamente justicia. Eso originó el escepticismo, la desconfianza. Así germinaría la semilla de la osadía, del reto en las alturas.
Los sobrevivientes del Diluvio entendieron que habría salvación para todos si el combate se producía en el cielo, en el terreno del Misterio, envueltos por las nubes, iluminados por los rayos. Construir la Torre no era sólo un reto de ingeniería, sino un acto de heroísmo para salvar al mundo de esa fuerza misteriosa. Salvar al mundo y no a unos pocos. Para eso había que dar la gran batalla allí arriba.
Es el desafío de la técnica el que aparece en primer lugar. ¿Cómo poner orden en la materia para que nos abra el camino hacia los cielos? La respuesta no sólo fue matemática, fue cultural, o si se prefiere, comunicacional. La piedra sólo obedecería el mandato de los humanos en la medida en que fuesen capaces de unificar el espíritu, y con una sola conciencia, es decir una sola lengua, hacer que la piedra inerte obedeciera.
Aparece así una condición fundamental del proceso hacia la civilización; la posibilidad de coordinar lo múltiple, lo diverso. En el código de hoy, lo llamaríamos la posibilidad del consenso como requisito de la vida en sociedad.
Así lo entendieron los habitantes de Shinar. Sin la lengua única era imposible escalar las nubes. Pero la utopía de Babel terminaría en otra catástrofe. Recreemos la catástrofe en las claves de un diálogo entre Jam y Péleg, falsos sobrevivientes, traficantes de palabras, constructores de imperios aéreos, murmuradores.
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